En Psicomienza hemos hablado de las emociones en múltiples ocasiones, hemos hablado de su importancia, de su papel evolutivo y analizado las bases fisiológicas. Sin embargo, en la entrada de hoy nos centraremos en la ira y qué pasa cuando se desata descontroladamente.
Los problemas de gestión del enfado y los ataques de ira son motivos de preocupación que vemos habitualmente en la consulta. Por eso, consideramos que es un tema importante del que hablar en el blog.
Como hemos dicho en otras entradas, la ira es una emoción y toda emoción es natural y necesaria, aunque puede considerarse incómoda, de ahí que en muchas ocasiones intentemos reprimirla o evitar sentirla. Sin embargo, la ira nos impulsa a luchar por las necesidades y contra las injusticias, en sí es una emoción que nos protege. El problema viene cuando la ira invade nuestra vida. Existen estudios que vinculan la ira diaria a una mayor tasa de ansiedad y depresión. Cuando la ira es el motor principal que tenemos para expresar nuestras ideas y opiniones, hace que las relaciones se llenen de conflictos y tensión innecesarios, lo que carga de culpa, malestar y desgaste personal.
Las personas que sienten rabia y enfado de manera habitual (irascibilidad) suelen ser personas exigentes, con bajos niveles de tolerancia a la frustración y un esquema de la justicia muy definido. Esto implica que esas personas irascibles sienten que deben enfrentarse a quien no actúa según sus criterios, es decir, conlleva ideas muy rígidas de cómo deberían ser las cosas. Es necesario entender que cada uno actuamos como consideramos adecuado o beneficioso, por tanto, pretender que otras personas actúen como nosotros consideramos correcto o justo, desemboca en frustración y enfado. Tratar de imponer nuestra visión del mundo no nos lleva a ningún lado, ya que cada uno tenemos una visión del mundo distinta.
Así, entendemos que la frustración y esa sensación de injusticia son los detonantes de la rabia. Pero no siempre nos enfadamos con la misma intensidad, ya que hay otros factores que influyen como el nivel de estrés previo, la personalidad, las estrategias de afrontamiento, la seguridad en uno mismo, miedo al rechazo, el nivel de perfeccionismo, etc.
Además, la ira no se expresa siempre de la misma manera. Para algunas personas, es muy difícil expresar estos sentimientos, lo cual se puede terminar somatizando con síntomas físicos como problemas estomacales o gastritis, dermatitis, alopecia, hipertensión arterial o migrañas. Otras personas, no saben mostrar el enfado pero sí la tristeza, por lo que cuando se enfadan o consideran una situación injusta, su manera de expresar enfado es a través de las funciones fisiológicas de la tristeza. Por ejemplo, ante una injusticia en vez de gritar, la persona llora. Seguro que hemos oído a veces eso de “llorar de rabia”. Bueno, en realidad el llanto forma parte del repertorio conductual de la tristeza, no de la ira, pero en la sociedad se acepta mejor el llanto que el enfado, ya que el llanto busca el consuelo y la aceptación mientras que el enfado crea conflicto.
La ira explosiva y el cansancio que conlleva después puede considerarse hasta agradable o curativo (“al menos me he quedado a gusto”) pero en realidad no resuelve la causa real de la rabia. Es un alivio a corto plazo, que pospondrá buscar la resolución adecuada a medio y largo plazo.
Algunos pensamientos o ideas que alimentan el enfado son por ejemplo considerar que el otro tiene la intención y el deseo de molestarnos, que sólo existe una manera correcta de hacer las cosas (la nuestra), que si nos enfadamos estamos aleccionando al otro, dándole su merecido y así no lo volverá a hacer. Estas ideas no se sujetan en la lógica ni en la racionalidad.
Por último, nos gustaría hablar sobre la negociación de las necesidades y el conflicto. Saber negociar nuestras necesidades es fundamental, nos ayuda a mantener una autoestima saludable y sentirnos bien. Puede ocasionar conflictos, pero esto no es algo malo. Cuanto más esperemos para transmitir nuestro malestar, la forma de expresarlo será más desbordada y, por tanto, más agresiva.
Hay personas que evitan activamente el conflicto, les resulta más fácil ceder y renunciar a sus necesidades si con ello evitan la posibilidad de un enfrentamiento. Si esto se convierte en un hábito, esas personas tendrán la sensación de que se dejan pisotear. Cuando se cargue lo suficiente, reaccionará de forma explosiva y descontrolada, pero esa reacción tan brusca puede provocar un sentimiento de culpa que hará que la próxima vez intente contenerse, intente evitar el conflicto, volviendo de nuevo al inicio de ese ciclo.
Por otro lado, el generar conflictos constantemente sería tan perjudicial como no tenerlos nunca. Esto suele suceder porque confundimos luchar por nuestros derechos individuales con defender ideas rígidas del tipo “los demás han de actuar según yo considero correcto y justo”.
Por eso, aprender a negociar nuestras necesidades de manera saludable es fundamental para un adecuado control de la ira. El conflicto es inevitable y es necesario en las relaciones interpersonales. Lo importante es aprender a defender y expresar nuestros derechos individuales de manera asertiva, respetando al otro y a su derecho a estar en desacuerdo con lo que decimos.
Así, saber generar conflictos y aceptar el malestar que estos conllevan es una habilidad que permite un mayor conocimiento y entendimiento entre las personas, del respeto y de los límites de cada uno, y eso propicia una mejor autoestima y salud mental.
Irene Marivela Palacios
Un comentario en “Entendiendo el enfado, la rabia y los ataques de ira”